Se llamaba Iruya Nuamahuaca, y tenía el pelo negro y la tez oscura, herencia directa de sus antepasados, indígenas americanos de tierras distantes. Y esto era porque su árbol genealógico se dividía en dos partes, la materna y la paterna.
Su madre siempre había sido una mujer arraigada a sus costumbres, había nacido en Sudamérica y sentía la sangre de los incas y aztecas aún fluyendo por sus venas. Cierto era que Iruya, nombre escogido por su abuela materna, argentina, había heredado los rasgos de su madre, así como ése gusto por las tradiciones que se remontaban a, al menos, un siglo atrás en su familia.
Sin embargo, su padre, de raigambre india norteamericana, había renunciado a sus tradiciones por tener una vida más digna que la que le pudiera dar una reserva. Muchos le reprocharon esto, sobre todo cuando decidió marcharse con los yanquis a vivir una cultura que no era la suya. Incluso su esposa, la madre de Iruya, se lo echó en cara más de una vez.
Así, Iruya creció en una ambiente en permanente contraste. Por un lado, su madre, Tizimín Manikaua, quería que la niña abrazara la riqueza cultural de los dos pueblos de los que descendía y por otro, su padre, Tekax Nuamahuca, trató al principio, aunque pronto desistió en su empeño, de "normalizar" a su hija según los cánones americanos.
Con el tiempo, Tek e Iruya se fueron distanciando más y, finalmente, el hilo que unía ese amor paternofilial se rompió. No obstante, seguían representando ese papel ante los demás porque así había sido educada Iruya, en las apariencias.
Apariencias ente su padre, ante su madre, ante sus amigos, ante sí misma. Al final no sabía si realmente la que le devolvía la mirada en el espejo era ella o una extraña.
Este sentimiento de duda existencial y su desarraigo no hicieron sino incrementarse cuando la familia decidió mudarse a España y, concretamente, a Castilla, donde el matrimonio podría dedicarse mejor a su oficio, la enseñanza y la traducción.
Iruya comenzó a sentir un dolor que le iba royendo más allá del padecimiento físico, más allá de su oído dañado por la negligencia de la medicina que le tocó padecer en su infancia, más allá de la sangre mezclada que le iba quemando por dentro y más allá de ese corazón vacío que nunca había dejado llenar.
El tiempo había pasado rápido, las hojas el otoño regaban un parque cualquiera de esa ciudad sin nombre en la que ahora vivía. Caminaba sola paseando a su perra Nah (nombre elegido por su madre poco antes de morir de un cáncer) al atardecer de un viernes. Fue en ese momento, en el que se le cruzó una hoja seca llevada por el viento, dorada como sólo la naturaleza sabe pintar, cuando recordó El Dorado, las historias de su madre y la sangre de sus venas comenzó a alterarse. En ese preciso instante decidió recorrer un camino, un senda que se le había marcado ya desde niña.
Quería saber si era cierto que tenía hogar.
Su madre siempre había sido una mujer arraigada a sus costumbres, había nacido en Sudamérica y sentía la sangre de los incas y aztecas aún fluyendo por sus venas. Cierto era que Iruya, nombre escogido por su abuela materna, argentina, había heredado los rasgos de su madre, así como ése gusto por las tradiciones que se remontaban a, al menos, un siglo atrás en su familia.
Sin embargo, su padre, de raigambre india norteamericana, había renunciado a sus tradiciones por tener una vida más digna que la que le pudiera dar una reserva. Muchos le reprocharon esto, sobre todo cuando decidió marcharse con los yanquis a vivir una cultura que no era la suya. Incluso su esposa, la madre de Iruya, se lo echó en cara más de una vez.
Así, Iruya creció en una ambiente en permanente contraste. Por un lado, su madre, Tizimín Manikaua, quería que la niña abrazara la riqueza cultural de los dos pueblos de los que descendía y por otro, su padre, Tekax Nuamahuca, trató al principio, aunque pronto desistió en su empeño, de "normalizar" a su hija según los cánones americanos.
Con el tiempo, Tek e Iruya se fueron distanciando más y, finalmente, el hilo que unía ese amor paternofilial se rompió. No obstante, seguían representando ese papel ante los demás porque así había sido educada Iruya, en las apariencias.
Apariencias ente su padre, ante su madre, ante sus amigos, ante sí misma. Al final no sabía si realmente la que le devolvía la mirada en el espejo era ella o una extraña.
Este sentimiento de duda existencial y su desarraigo no hicieron sino incrementarse cuando la familia decidió mudarse a España y, concretamente, a Castilla, donde el matrimonio podría dedicarse mejor a su oficio, la enseñanza y la traducción.
Iruya comenzó a sentir un dolor que le iba royendo más allá del padecimiento físico, más allá de su oído dañado por la negligencia de la medicina que le tocó padecer en su infancia, más allá de la sangre mezclada que le iba quemando por dentro y más allá de ese corazón vacío que nunca había dejado llenar.
El tiempo había pasado rápido, las hojas el otoño regaban un parque cualquiera de esa ciudad sin nombre en la que ahora vivía. Caminaba sola paseando a su perra Nah (nombre elegido por su madre poco antes de morir de un cáncer) al atardecer de un viernes. Fue en ese momento, en el que se le cruzó una hoja seca llevada por el viento, dorada como sólo la naturaleza sabe pintar, cuando recordó El Dorado, las historias de su madre y la sangre de sus venas comenzó a alterarse. En ese preciso instante decidió recorrer un camino, un senda que se le había marcado ya desde niña.
Quería saber si era cierto que tenía hogar.
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2 comentarios:
esa crónica de Valladoliiiiddd
;)
Hola.Soy de America, y en mi opinion, no eres "oscura." Sin duda, es importante a tener orgullo en tu identidad. Pero en mi opinion, hay un problema en muchos paises del Sur America. El concepto del piel, y en particular el color del piel no es realista. Hay personas que viven en Irlanda y tienen una tez muuy clara. Hay otros que viven en Bangladesh y su piel es el mismo color que el cielo durante la noche.Hay una pletora de colores en el mundo y mucho del tiempo la cultura del Sur America los ignoran. Los que son "oscuros" alli son claras en otros paises. Los que son "blancos" en el Sur American definitivamente no son "blancos" aqui. Depende.
Aqui, en los Estados Unidos yo soy una "negra," pero tengo piel que es un poco mas claro que el tuyo. Aparte de esta diferencia pequena, somos muy similaries. Mas como "medianos" o "morenas," possiblemente, pero no "oscuras." Has visto la modela Alek Wek? Ella es de Africa, y muy oscura y bonita. Es dificil para mi a comprender exactamente como es la cultura alli. Yo se que hay muchas problemas con el racismo, especialmente contra personas con antipasados que eran idigenas, como ti.
Muy bien por tu orgullo. Tambien estoy orgullosa de mi acendencia (una mezcla de los indigenos de norte america, los africanos, y un poco de los europeos).
Lo siento por los errores que esta aqui, porque el espanol no es mi primer idioma. Pero ojala que comprendas lo que estoy tratando de decir.
En general, el corazon de una persona es mas importante que el color de su piel.
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