Siempre se sienta junto a la puerta, ataviada de soledad y tristezas, ya sin la esperaza de que alguien llegue a rescatarla. Porque nadie vendrá. Ha asumido su soledad como si se tratara de una cancioncilla infantil que, tras muchos esfuerzos, ha logrado devolver a la memoria.
Quizás se sienta junto a la puerta para escapar deprisa, o para que el frío que siente en ese trozo de su espalda que queda al descubierto, le siga recordando que aún está viva.
No importa la razón.
Quizás un día me levante y se lo pregunte. Puede que mañana me acerque a ella y le pregunte sus razones para estar sola, siempre sola junto a la puerta, por ver si coinciden con las mías.
Mira, ahora levanta la vista y me observa. Sigue escribiendo, mechones violeta, entreverados de azabache caen sobre el cuaderno.
Mañana...
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