miércoles, 12 de octubre de 2016

No debería pensar en estas cosas
pero se me hace imperiosa la necesidad
de deciros que yo también tengo miedo
-a veces más frecuentemente de lo que debiera
y muchas veces más por vosotros que por mí misma-,
y que pienso en qué ocurriría si no me levanto,
si el sueño se establece en mis ojos
el día que quieran arreglarme.
Porque es improbable
pero los porcentajes existen
y las matemáticas nunca han sido afables conmigo.
No creo que haga falta que os diga que os echaría de menos,
y todas esas cosas que se dicen en estos casos
como que estaré bien y que ya nos veremos
-más tarde que pronto-,
pero sí quiero deciros que os cuidéis unos a otros,
que se establezca la sonrisa en vuestros labios
como si yo estirase de cada cabo,
que leáis mis versos, mis libros, mis notas,
que no olvidéis que un día existí
y que os quise
en el único modo que yo sabía;
silenciosa, en la intimidad, con más gestos que sonidos.
Si no me levanto,
haced del mundo lo que un día soñé,
que en los sueños
podré seguir viviendo.
Soñé estos versos hace más de un mes,
cuando tu labios habrían apagado las velas
si no te hubiese llevado el aire frío de enero.
Me acordé de ti
y pensé que el tiempo nunca me fue duro
pues veía en tus manos y en tus ojos
que la vida daba descanso a los buenos,
a los justos.
Me dijeron que hubieses cumplido más de setenta
y sólo puedo imaginarte con la belleza
del que se refleja en ojos amados,
tus manchas solares, tus grietas,
tus temblores o algunas manías curiosas
no eran para mí sino el conjunto de una obra hermosa
y a veces me observo las manos
por si en ellas veo tu desierto
y me busco las pecas que nunca heredé
y a veces veo que la tierra en mi mirada
se va convirtiendo en pasto
y pienso en ti
y en tus ojos grises
y en todo el tiempo que te quise
y quizás no lo sabías.