Ni en flor ni en espuma,
ni en dorado viento,
ni en las llamas del infierno
encuentro yo lo que busco.
Que mi dicha se entristece,
y estoy ya cansada,
de princesas y de hadas,
de versos, rimas y coemas,
de libres y libertinos,
de liberales y fascistas,
de cobardes y de héroes,
de corazones y vacíos,
de mirar en sus ojos la luz aurora
y encontrar mis cuencas vacías,
de volar con alas rotas
y caer en charcos muertos,
de gaviotas y de barcos,
de piratas y amrineros,
de cuevas, olvidos y nombres,
de ti, de mí, de todos mis amores,
de la inocencia y la lujuria,
de mis pecados y mi inocencia,
de ser la niña, la anciana,
de no poder ser poeta
porque dicen que mis rimas no son buenas.
Y me
rebelo, rompo el
verso en mil pedazos
ahogo la rima la
métrica y cuanto me
ate a un pasado que
no es mío.
Escribo prosas en verso, narro poemas y muero yo misma en
mis dramas, te mato y resucito mil veces en
un pestañeo o un
trazo más.
Me importa una mierda que
tú no me quieras, que
tenga que recurrir a las plumas que ora
escriben ora me dañan las claves ocultas de mi
guitarra abandonada.
Así que, niñato, lector histérico, o amor fracasado que
me odias sin saber la razón desde
aquí os digo que, sin sentirlo demasiado, me
alejo de vuestro camino,
o os echo a un lado, que yo camino sola, soy una loba
maldita, poeta proscrita en guerra.
Y muerdo.
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