sábado, 29 de noviembre de 2008

LA VECINA (ejercicios del Aula)


Era más de media noche, la luz de la farola caía sobre mi cuerpo en camisón.

El maldito casero había vuelto a poner la calefacción al máximo y el calor era insoportable.

Las sábanas, la manta, la colcha... todo caía por el suelo sin orden.

De pronto, un ruido resquebrajó el silencio morféico y me desperté ahogando un grito. No sabía si se trataba de una pesadilla o algo me había arrastrado de mi precaria tranquilidad nocturna.

Pronto descubrí la respuesta.

La niñata del segundo. La niña bonita, rubia, pija y excesivamente femenina había roto la calma. No era la primera vez que montaba una fiesta, si bien últimamente la había visto más ojerosa y cansada, y ya no encontraba en ella la mirada de "aparta roja macarra, no vaya a ser que me contagies y me vuelva como tú" cada vez que nos encontrábamos en la escalera.

Pensé, sin embargo, que quizás se había convertido en una "nueva rebelde", de esas que tanto pululan hoy en día y que tan sólo son fachada y maquillaje.

Me levanté de la cama, me cubrí con una bata verde y me calcé las zapatillas de esparto, oculto quedaba ya el erotismo del cuerpo semidesnudo y el sugerente atuendo nocturno de necajes y transparencias.

Sabía, tras dar mil vueltas en la cama, que no conseguiría conciliar el sueño, al menos, hasta que cesase el estruendo.

Cogí las llaves, abrí la puerta y me fui escaleras arriba decidida a aporrear la maldita puerta de mi vecina.

Cuando llegué a ésta descubría algo raro. No había rastro algunos de gente ebria, charcos de vómito o alcohol por el suelo como era usual. Sin embargo, los ruidos seguían escuchándose.

¿Estaba Lara en casa? ¿O se había ido de viaje, a casa de sus padres? No. No la había visto (ni oído) cargando la pesada maleta repleta de ropa camino a Toledo.

¿Estaba con su novio? No. Sabía muy bien que habían roto, les había oído discutir (lo que desconocía era quién le había puesto los cuernos a quién, quizás ambos, quién sabe...).

De pronto, se me ocurrió un idea, quizás arriesgada e inconsciente pero, ya que no podía dormir, al menos merecía saber qué era lo que sucedía.

Probé a girar el pomo. La puerta se abrió sin hacer ruido. Sa qué las llaves. Fue un impulso estúpido, pero, aún reconociendo que no me servirían de nada si alguien me atacaba, me sentía más segura, y era lo único que llevaba encima que me pudiera servir. Era eso, o seducir a los posibles ladrones. Tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar, al fin y al cabo, todos los seres humanos somos iguales.

Di un paso alfrente, busqué el interruptor con la mano derecha mientras agarraba firmemente las llaves en la otra mano. Noté algo sobresaliendo de la pared y encendí la luz.


La claridad lo iluminó todo. Allí estaba Lara, con el pelo sulto cayéndole por la espalda, también, como yo, llevaba un sugerente camisón, el suyo color marfil. Con ella estaba aquel chico que había visto por la universidad, un estudiante Erasmus, se llamaba Louis, era alto, guapo, atractivo, moreno...

Ambos me miraron. En un principio sorprendidos. Luego se observaron un instante y me sonrieron. Tras mi estupor inicial, yo les correspondí. Apagué la luz. Y cerré la puerta a mi espalda.

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