Qué dulces suenan las penas
cuando se encauzan en versos,
qué melodiosas cadencias engendran los dolores
y cuán sutiles resultan las lágrimas
si una rima las armoniza.
Pero, el dolor que yo siento,
la soledad y el vacío que me rompen en dos,
las sutilezas que de mi boca escapan
por si alguien se atreve
a darme al fin un beso,
todas estas cosas son las que se ocultan
tras la belleza de las palabras.
Nadie sabe
(porque no lo cuento)
cuantos gritos me han costado mis poemas
y nadie ha visto
(porque yo no quiero)
lo que he llorado y la tinta diluida
sobre el papel, ahora gris.
He buscado el amor,
he querido perder de mil formas la inocencia,
morir en un pensamiento
o cambiar en la crisálida,
pero nada he podido contra el destino
(sigo siendo la misma libélula),
el destino en que no creo,
alguien me impuso una vida de soledad,
olvido y tristeza,
pero yo me aferraré a un clavo ardiendo
si coloca en mis labios
de nuevo
una percha.
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