Cae la soledad
con su pesado telón de terciopelo
sobre mis pestañas de tierra.
Ayer agujereé mi alas
por ver si así,
con el aire al pasar a través de su acero,
podía volar mejor.
Ahora el viento silba
entre mis alas oscuras,
la niña duerme,
la musa duerme,
descansan las pesadillas,
la ternura es toda una,
y Amèlia, en su tumba,
me dice,
repite,
repite lo mismo que dijo doña Inés,
la reina muerta,
que sólo soy una niña,
que yo no tengo la culpa,
que yo no tengo la culpa,
de ser como me ha tocado vivir.
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