jueves, 25 de diciembre de 2008

Bajo el influjo de Carmina.

En esta noche de tormenta y cieno
en la que la madrugada de mi voz y mis pestañas
se debaten entre la armonía de estas fiestas
o el dolor más profundo,
la apatía,
la soledad,
el delirio...
Rompen las olas de las desesperación
mis mal construidas barreras
y un grito de llanto,
el inconfundible sonido de la locura
que precede a la muerte del alma
(de nuevo)
se laza entre las paredes de mi ser.
Una maldición,
como la que hace siglos lanzó
la creadora de la raza oscura
alimentadora de sus semejantes,
se escapa de mis labios.
La luna se pregunta
dónde ha quedado la niña
que un día le pidió un beso entre las piedras
del último rincón puro.

Esa niña ha muerto,
y la musa sanguinaria ha despertado de su letargo,
envuelta en pesadillas y rizos de versos,
envuelta en la aureola,
aún pende de un precario hilo
lo único que de ella queda,
pronto a romperse,
pronto a expirar
y caer por fin en lo que siempre quiso y de lo que tuvo miedo
ser
la
poeta
que
todos
aman
y
temen.

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