A Concha, Blanca y Susi y todos los de su casa,
Carmen, Nicolás, Carla, y a todos los que quiero
en Peroblasco.
Hoy he llorado de impotencia
(tan sólo los montes lo saben)
ante la inminente partida
(creo que el Último Adiós
sería más ligero,
porque mi alma seguiría con vosotros).
Ahora, sin embargo,
mientras el autobús tiembla
y yo trato de escribir
sin atraer el vómito a mi garganta,
se que pasará mucho tiempo
hasta que pueda veros de nuevo.
El solitario paisaje
acompaña mi tristeza
y pienso
que si algo me sucediera
en la Tierra Verde,
me habría marchado sin despedirme
de los que,
tras años de cariño,
se han convertido en mi familia.
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