La soledad que tras la ventana
me hace escribir estos versos,
que tras la ventana,
tras los rayos de un sol mortecino,
me hace pensar en llantos que no quiero,
esa soledad absoluta y temida,
una soledad que no sé sabe de dónde viene,
ni por qué,
ni hacia qué playa arriba cuando el llanto aflora.
Es una soledad a la que poco a poco te acostumbras
y al final te conviertes en una sombra
(hoy casi me hago invisible)
vana niebla,
vano pensamiento
de banalidades absurdas.
Y cuando eres ya hija de la soledad
qué es el llanto,
qué es el tiempo,
las lágrimas,
la lejanía de una caricia o un beso.
No son sino extensiones de tu propio cuerpo
y, al final,
en el culmen de esta unión extraña,
sonríes
porque eres capaz de ser feliz
con un simple movimiento de labios.
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