a
dentelladas me escarbas
y, poco a
poco,
la
sentencia proclamas;
seca como
el junco muerto del lecho seco
que gime
al paso del aire.
No hay
embiste que resista,
no queda
una lágrima por derramar
de los
ojos tristes de la que ya está perdida,
dios de
marfil y cristal.
Y,
lentamente,
el
corazón hecho un nudo
tira del
estómago a la garganta,
tirante
imposible de llanto,
se para.
Ya no
queda alma entre cartones,
ya la
risa de los labios no se lanza al asalto,
ya la
vida no rezuma en los ojos,
ya la
niña se ha convertido en la sombra de un antes.
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