Mi primer
vampiro
surgió de
entre las sombras como un monstruo,
peludo,
viejo y estremecedor,
su sola
visión me produjo pesadillas
y la
extraña manía de abrir la boca de mis allegados
buscando
el colmillo delator.
Con el
tiempo,
ese mismo
vampiro se tornó hermoso,
caballero,
elegante, romántico,
y el
deseo de provocar su encuentro se hizo más fuerte.
La
oscuridad me absorbió el alma
y busqué
el origen del excepcional ser.
Oí que
fue un brutal asesino,
la hija
descarriada de Dios,
demonio de
una isla lejana,
musa,
figura oscura y gris
que se
movía lenta tras un cámara sin color,
un nombre
al que temer, admirar,
la
abandonada por una reina misógina…
pero ahí
siempre estaba él,
mirándome
con sus ojos viejos,
haciéndome
creer que era posible,
internándome
en la oscuridad,
negándome
que aquellos que se decían de su especie
y
brillaban con purpurina bajo la luz del sol
fueran
nada suyo.
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