aunque los brazos no alcanzaban
ni para tocar las nubes
pero nosotros
-niños estúpidos-
sentíamos aquellas gasas etéreas rozándonos las yemas.
Aún miro con los ojos entornados
como cuando el sol te hiere las pupilas
ese pretérito de infancia
y ayer me descubrí, sin saberlo,
alzando los brazos
como el águila que está aprendiendo a volar.
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