Llegar a casa con los ojos vidriosos
y copas rotas bajo la piel.
Su ruido estridente me da dolor de cabeza.
Me duelen los pies dentro de las zapatillas de diez euros.
Zapatillas negras.
De cordones negros.
Como mis ojos negros.
Como el aro negro que me cruza el labio.
Y subo peldaño a peldaño hasta llegar a una casa que no siento mía
como si escalara el puto K2 del que tanto me hablaste
y llego sin cansancio porque mis piernas se han hecho al llanto del esfuerzo
mientras se me caen los párpados sobre los cristales rotos.
Pienso en esos quilos que se me han ido,
dónde estarán,
si tendrán intención de volver
o si, como tú, han volado del nido dejándome sola y con un montón de mierda que limpiar.
1 comentario:
desgarrador!!!
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