Todos hemos tenido quince años
pero a mí la vida me arrastró demasiado pronto
-tal vez tuviera la culpa
saber que la muerte se escondía en cada instante-
y me convertí en poeta,
porque las lágrimas,
la ira, el miedo
o el amor no eran suficientes,
porque debía alimentar al monstruo del vacío
con migajas
para que no me devorase.
Porque debía entretener al monstruo
con señuelos
para que la noche
no nos cubriera a todos para siempre.
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