Un silencio atronador, un viento helado
bajo los rayos de un sol impertérrito,
caída, luz, cuchillas de aire
y un pálpito que constriñe las costillas.
Eso me deja
nada, oscuridad, sombras,
darle la mano a un Quevedo marchito
que mira murallas y sólo ver ruinas.
No me pregunto ubi sunt
porque sé que no tienen cabida
los lamentos, los ruegos, las súplicas.
No corro, no camino, no abro los ojos,
nadie sostiene mi mano,
que todas las flores se han secado,
el verano agostó las hojas.
Estoy encadenada a una tierra mía
que no me pertenece,
me corté las alas
porque el vértigo lanzaba fuera mis entrañas,
cierro los ojos y canto muy fuerte, muy alto,
hasta romperme los tímpanos,
que no quiero ver ni oír
el futuro que nos cubre.
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