Ha llegado Rodin.
Con su frío metal, su bronce oscuro con las pupilas ausentes.
Ha venido bajo un cielo gris de invierno perla.
Y ha dejado bajo el quicio de la ventana de una ciudad de provincia
media docena de estatuas negras.
Instaladas en el dolor y la desesperación.
Tan sólo ante una me siento pausada,
El Pensador observa el infinito sin solución.
Me doy una vuelta y me marcho.
Quisiera quedarme,
a preguntarles, durante horas, días,
qué es lo que late bajo esa gélida piel indeformable.
Pero no hay tiempo,
el tiempo se me va entre los dedos,
como a Andreu d'Andres, o a Jean, o a Jacques...
el tiempo se va y no hay preguntas.
El de seguridad me mira.
Y El Pensador sigue subido a su pedestal de filosofía muerta.
martes, 25 de enero de 2011
25 de enero
Acercarme al vacío.
Acercarme y anegarme como un Narciso estúpido.
Ahondarme en el vacío del futuro,
en ese desconcierto,
en el qué será.
Acercarme y ver niebla,
o peor, no ver.
Un nuevo temor se ha arraigado en mi vientre,
un miedo con múltiples raíces y desdén,
un miedo que no me mira a los ojos,
que se me pega viscoso y frío a la espalda,
o caliente como la mucosa verde que cubre los ríos en verano.
Y no corro,
no camino, no ando, no me salgo, no respiro, no lloro, no grito, nonononono
no hago absolutamente nada,
me he helado.
Acercarme y anegarme como un Narciso estúpido.
Ahondarme en el vacío del futuro,
en ese desconcierto,
en el qué será.
Acercarme y ver niebla,
o peor, no ver.
Un nuevo temor se ha arraigado en mi vientre,
un miedo con múltiples raíces y desdén,
un miedo que no me mira a los ojos,
que se me pega viscoso y frío a la espalda,
o caliente como la mucosa verde que cubre los ríos en verano.
Y no corro,
no camino, no ando, no me salgo, no respiro, no lloro, no grito, nonononono
no hago absolutamente nada,
me he helado.
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