Los dedos como lánguidas perlas,
llámas carcomidas por el tiempo,
se van deslizando a través de otros impávidos iguales
que gimen y punzan gritos y cantos suaves.
Se ve la melodía ondular en el aire,
escamando las diminutas párticulas
que el polvo airea.
La habitación en silencio
mientras esos casi mudos pasos
se alzan,
sostienen un quedo comentario
que la brisa se lleva.
De sus labios un suspiro que alcanza el final de la sonata,
que va y viene con los dedos,
que se agrava,
que termina,
que se calla.
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