Apostamos y perdimos
Dolor y ¿gloria?
No, llanto y abismo
Dónde ir cuando no queda amparo
qué esperar con la luz apagada
Vuelven los monstruos
Qué hacer
sino dormir, dormir, hibernar
hasta que se derritan las nieves
o se nos congele el alma
Una chica que lee. Una chica que escribe.
Apostamos y perdimos
Dolor y ¿gloria?
No, llanto y abismo
Dónde ir cuando no queda amparo
qué esperar con la luz apagada
Vuelven los monstruos
Qué hacer
sino dormir, dormir, hibernar
hasta que se derritan las nieves
o se nos congele el alma
Escribo esto como un mantra
para calmar los monstruos,
para dejar una estela
que pueda seguir cuando las luces
se apaguen.
Inspiro, despacio,
lento,
muy
lento,
con la esperanza de calmar este corazón
acelerado,
el palpitar agreste que golpea
que embiste el pecho desde dentro,
como si el ariete lo manejaran los asediados
queriendo escapar de las ruinas y el fuego.
Inspiro, espiro.
Despacio.
Lento,
muy
muy
lento.
Y sólo espero
que las aguas se calmen,
que se enciendan las luces,
y no ser la única
en este gran teatro.
Las recientes actualizaciones
han concluido en un conjunto de casualidades,
un maremágnum de ilusiones imprevistas,
el extraño fluir de la conciencia de un demiurgo benevolente.
Llanto y sonrisa a través de las fechas
-temerosas, terribles, casi olvidadas-,
muescas en la tabla que sustenta este hilo.
A veces,
a veces la prosa se escapa,
allá donde el verso no puede ser libre.
Te preguntas -a veces-
si alguien te echaría en falta,
si has hollado la vida lo suficiente
como para dejar una marca
indeleble.
Dudas si alguien pueda querer
esa parte triste que incluso tú
desechas
mientras esas llagas aún sangran.
Dejas que el dolor te acompañe
como amigo fiel, único que recuerdas,
y mientras sigue cayendo la lluvia,
y la rueda gira
y tal vez te atropella.
Que me dejen oler las flores
y el hálito de las montañas,
y esperemos a mañana
para olvidar los futuros posibles.
Desencadenad los vientos y huracanes
mientras mi alma reposa serena
lejos de tamañas multitudes.
Extiende mi camino un par de pasos,
y tras esos mil y mil más,
que me quedan muchos besos,
muchas palabras y demasiados quehaceres.
Aparta un tiempo el corquete
de mi cuello
y déjame disfrutar de los frutos del trabajo
y de aquellos que venir se esperan.
Permite que repose mientras prosigo el paso
y no a un lado de la senda.
Porque no estás
tal vez la pena no sea tan grande
ni el abismo tan hiriente
como para quebrar en llanto a toda una estirpe,
pero te veo en el reflejo de sus ojos
y miro a otro lado
por si el espejo me devuelve la mirada
y descubres
-con horror-
que te fuiste a tiempo para no ver los errores.
No estás y me acompañas en cada paso,
te recuerdo en cada instante
pero te expulso del pensamiento
si las nubes amenazan tormenta
porque, después de tanto tiempo,
aún temo que estalles en mil pedazos
y el cielo caiga sobre nosotros.
Sumida, envuelta por el cieno,
por las cien oscuridades
en torno al pecho.
"Es preferible dejarse hundir
y luego escalar, ponerse en lo peor,
que ser golpeada por la vida
y caer, caer, caer sin remedio",
siempre me digo.
Pero a veces el corazón grita.
Demasiado paso.
Resopla y algo me quiebra
la garganta.
Dejar que el monstruo te devore
para resurgir de sus entrañas
es una agotadora constante.
Espero aquí,
no obstante, con los pies encharcados,
al palpitar que me muestre de nuevo la escala.