Henry Jeckyll llora envuelto en las sombras de su cuarto,
el saber ha volado de su cabeza
y los libros de sus estanterías comprenden filosofía hueca
y conocimientos que ya no logra concebir.
Henry Jeckyll,
amabilísimo amigo, buen vecino, gran entusiasta del trabajo, docto en su área,
llora solo en su cuarto.
Ni siquiera el cálido fragor de la batalla
de las llamas de su chimenea
puede caldear su alma umbría.
No se puede calentar el cuerpo
que ha perdido la esperanza,
que ha envejecido demasiado pronto
y que contempla un rostro moribundo y aletargado
cuando el espejo le devuelve la voz.
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